Hace un par de días, el pagar una cuenta me llevó contra mi voluntad temprano al centro. Allí, en una esquina, me esperaba un ángel con un mensaje.
Estaba cansado, tomando nuevas resoluciones en mi vida, enterándome de cosas que no querría enterarme jamás, aparte que mi receta para la melancolía había funcionado demasiado bien. Ahí, en el centro, escondido detrás de una mirada hosca que casi nunca uso, miraba a mi alrededor viendo rostros que no mostraban ni una emoción. Gente apurada, con sus propios problemas, demasiado ocupados para escuchar a su corazón entre trámite y trámite… y, a falta de una mejor descripción, estaba yo cansado de tener corazón.
Llegué a una esquina, que me costaría ubicar en un plano, pero era una entre el mall y donde pasaba el colectivo que me llevaría de vuelta a mi cama. Me detuve ante el semáforo en rojo y me sumí en mis pensamientos. La luz cambió a verde, y de vuelta a rojo, sin darme yo cuenta. A mi lado se detuvo una mujer. La miré de reojo… una madre sonriente y al bajar la mirada, me encontré con unos ojos color miel, que me miraban con algo de curiosidad desde la sabiduría de los alrededor de siete años de edad de una niña muy linda, de esas que salen en los comerciales de yogurt, que mientras tomaba la mano de su madre sostenía en la otra un perro de peluche. Me sonreí ante mi descripción de ella y le regalé esa sonrisa recién nacida a ella y a sus ojos pensantes. De la nada, ella frunció el ceño como si tuviera una gran preocupación y me preguntó:
- Señor… ¿Necesita un abrazo?
Me quedé paralizado… e incrédulo subí la mirada y vi el rostro de su madre, sonriéndome, pero como si me quisiera medir como persona, o por lo menos esa fue mi impresión. Al bajar la mirada esos ojos me seguían mirando, esperando una respuesta a una pregunta obviamente de una importancia vital para ella. No pude más que decirle la verdad:
- Me encantaría un abrazo.
Sin decir palabra se soltó de las manos de su madre y me estiró los brazos. Como siguiendo una orden, me hinqué en una rodilla y recibí un abrazo de esos apretados, que te dejan sin aliento pero de puro lindos, con un par de rulitos castaños haciéndome cosquillas en la nariz. Cerré los ojos y abrí mi alma unos segundos, tratando de recibir la mayor cantidad posible de fe y alegría que me estaban regalando. El abrazo terminó lentamente y al abrir los ojos vi los suyos, brillantes, pero concentrados en lo que supe después era tomar una decisión.
- Gracias… - le dije, mientras las sonrisas me volvían a nacer del alma. Me puse de pié y miré incrédulo a su madre, que me sonreía aún, feliz de no haberse equivocado y orgullosa de la hija que aún no tomaba su mano. De repente, en mi línea de visión apareció un perro de peluche. Era esa pequeña ángel que con decisión puso a su perro en mis manos. Me sonrió, pero supe que no era una de esas sonrisas gratis. De algún modo me la había ganado.
- Cuídese… - me dijo, y sin mediar más palabra tomó la mano de su madre y cruzaron la calle. Me quedé ahí, de pié, con un rostro mezcla de alivio, incredulidad y una fe recauchada en el momento justo. El semáforo volvió a cambiar a rojo y continué de pié allí un par de minutos más… ignorando el nombre de mi mensajera y también el del perro de peluche que me miraba atentamente con sus propios ojos color miel. Por alguna razón esto me pareció un descuido mayor.
- ¿Cómo te llamas? – le pregunté al can, que no me respondió, pese a todas mis esperanzas por la irrealidad y belleza de la situación. Miré a mi alrededor y aún caminaba gente con sus propios problemas y el mundo a mi alrededor continuaba gris. No había sido un sueño. Al volver a mirarlo me dí cuenta de que ahora era mío, no estaba a mi cuidado, sino que era mío. - Te buscaré un nombre - le prometí. Juraría que me entendió.
Y continué mi camino, siguiendo el faro en que se había convertido mi corazón, agradeciéndole a Dios por los milagros y por las niñas de siete años con abrazos reservados para extraños que los necesitan para parchar almas desinfladas, y perros de peluche para que no los olvidemos nunca.
Camael, Blogging Out.
Un vaso de agua en el mar de indiferencia y el apuro de la gente, situacion un poco extraña, pero que le recuerda a uno que siempre o "casi" siempre ahi angeles alrededor cerca.
ResponderEliminarbonita anecdota, Capitan de cantera.
salu2 y cuidate amigo.
♥
ResponderEliminarFue mejor escucharlo que leerlo, auqnue lo redactaste mejor de lo que me lo contaste.
Te extraño poeta amante y loco