viernes, 17 de agosto de 2007

Para tí, Viejo.


Choco de nuevo con mi eterna pregunta: ¿Cómo escribir acerca de emociones, o recuerdos, cuando éstos surgen a su propio ritmo, sin importarles la trama ni la continuidad? Pues, con mucha paciencia, en parte porque no tengo otra alternativa y en parte porque a mi memoria, por lo general, le importa un reverendo rábano el enfocarse en lo que tenga que decir.

Debo un escrito. Desde hace mucho. Casi se podría decir que lo he evitado, pues siempre quise hacerlo, pero siempre surgía algo “más importante”. Pues hoy, lectores pocos, pero fieles, no escribiré del Amor que siempre les escribo, de ese que nos roba las noches. Hoy escribiré del Amor que te ayuda a dormir por las noches, un Amor, si no más intenso, definitivamente más profundo.

Hoy… quiero contarles de mi Padre.

Partamos con una frivolidad, pero no cualquiera, sino esa que mi mente esponja ha absorbido a través de los años. ¿Saben ustedes el significado del nombre Alberto? Este proviene del germánico Albers. Significa brillante, iluminado, famoso por su nobleza. Ténganlo en mente en las líneas que seguirán, pues nunca he pensado en mi padre en otros términos que esos.

Cuando pienso en mi padre, ineludiblemente lo que se me viene primero a la mente es su sonrisa. Jamás vi en su rostro una sonrisa falsa. Siempre era de corazón, con ojos brillantes o cansados, de ánimo abatido o delirantemente feliz. Su sonrisa, que no he visto en meses, por exclusiva culpa de la distancia, siempre era capaz de decirme, sin mediar palabra alguna, que todo era superable, que todo iría bien y que si todo era oscuro, una sonrisa bastaba para seguir adelante.

Si de recuerdos se trata, él es protagonista de mi primer recuerdo consciente. En el 3 de Marzo del año 1985. Yo estaba en el baño, con solo 3 años de edad. En esos momentos, bien tarde, pero aún con luz por el verano que recién moría, hubo un terremoto de magnitud chilensis. En mi casa había una pequeña reunión familiar, y cerca de 16 personas deambulaban por la casa, pero al comenzar el sismo, todos, bien educados estaban, tomaron la vía de evacuación más cercana… dejándome a mí en el interior de la casa. Ahora me causa risa esta parte de la historia, pero en su momento era el apocalipsis de mi vida. El suelo se movía… que más decir para un niño. Todo estaba mal, eso era todo lo que sabía.

Traté de salir del baño, pero la puerta no se movía. Viví un minuto de horror, hasta que la puerta, como por voluntad propia se abrió de golpe y yo salí corriendo hacia la calle. Al llegar recién al comedor de mi casa me tropecé y caí de bruces… y unos segundos después un librero apoyado contra la pared caía con una fuerza increíble. Me quedé viendo al mueble que, estaba seguro, me mataría de haber estado yo debajo de él, cuando de la nada… mi padre pateaba la puerta de mi casa, y entraba con un solo objetivo: encontrarme. Lo vi desde el suelo y recuerdo sus ojos encontrarse con los míos, y de pronto, todo estaba bien. Quedaban solo 10 segundos de terremoto, pero él saltó el librero y me tomó en sus brazos y me sacó de allí. Me entregó a mi madre… y ya no recuerdo más. Mi primer recuerdo es el de mi padre sacándome del infierno.



Me fascina lo poco que conozco de mi padre, ya que si no fue el primer cuentacuentos de mi vida, fue él el que consiguió atrapar mi imaginación y ayudarme a buscar más allá de las palabras. No contaba cuentos, sino historias, retazos de su propia vida. Para un niño, se dice, su padre es Dios. Pero con sus propias palabras, él se transformó frente a mis ojos en millones de cosas más. Un piloto aventurero y lleno de ventura, un hombre honesto, un semidios que peleó a golpes con un asesino, un hombre de trabajo, un filósofo silencioso, un artista de la vida, un amante del Amor, un hombre y un escritor…

Mi padre tiene 7 hijos, seis de sangre y uno de alma: Mi hermano Miguel. Hijo de mi madre, pero nunca fue otra cosa que su hijo a sus ojos. Yo fui el último, el conchito, el brillo de sus ojos. Ese que siempre se sobreprotege. Mi padre no lo hizo (Jajajaja). Mi padre se abocó a una sola misión conmigo: Hacer de mí un hombre de bien.

Siempre al pensar en un padre, uno imagina una figura paterna. Bueno, él lo supo ser, pero mucho más también. El dilema de Gepetto (es igual, lo juro) era que siendo padre no lograrás jamás ser parte de la vida de tus hijos, y siendo un amigo jamás conseguirás respeto. La elección que queda era ser un mentor, pero su excesivo cariño se lo impidió. Desde el reino de los recuerdos, y lo he consultado con mis hermanos y hermanas cuando he tenido la ocasión, lo que puedo sacar en limpio es que fue nuestro Padre. Con todas sus letras. La mano en tu espalda. La palabra que te eleva o te derrumba. La mano que aprieta. La mano que te acerca a un abrazo de verdad.

Sus lecciones de vida llenarían un libro. Sus acciones harían enciclopedias, tan solo por una razón. Jamás tuvo maquillaje. Era Él. Siempre. ¿Cuántos podrían decir eso?

No eres lo que haces. No eres tu cuenta bancaria o tus posesiones. No eres lo que pienses o sientas. Eres las huellas que dejas en las almas de quienes te rodean.

Frente a mis ojos, durante toda mi niñez, que duró hasta la inconcebible edad de 23 años (ese fui yo… ¿y que?), fui testigo de las huellas de mi padre. Amigo. Confidente. Consejero. Cómplice. Amante. Galán.

Hablamos de primeros recuerdos. Hablamos ya de impresiones. Les diré ahora de lo que ES mi padre: Un hombre innegablemente caballeroso. Justo y fiel a lo que cree. Trabajador. Esforzado. Creyente. Soñador. Un amigo, pese a todo. Un confidente, gracias a Dios. Un ejemplo, porque no hay uno mejor. Un Papá.



Al pasar los años, tus hijos han crecido. Son más altos y fuertes que tú. Lloran como hombres y mujeres de bien. Ríen sabiendo que su risa es pura y simple, como tú le has enseñado. Has dejado huellas, Viejo. Huellas que seguir. Pasos firmes en la vida. Dejas un legado en vida.

Lo digo yo, y lo sentimos todos: Gracias. Y cuando leas estas líneas, sabemos que lloras con nosotros, que el semidios es humano y lo amamos más por eso. Amamos la maldición de los Varas: Amar más allá del sentimiento y un dedal más allá de la realidad.

Te Amo, Viejo.


Diego Varas, tratando de ser digno.

4 comentarios:

  1. La pompa de jabón es magnífica tanto escuchada como leída. En cuanto al Viejo, tu querido Viejo (como decía la canción) de verdad que en pocos escritos hijo(hombre)-padre he visto que se les rinda homenaje así. Y dentro de esos pocos incluso no había tenido la gracia de hallar en uno que le dijera que lo amaba.

    Ahora bien, sería mucho más genial que este escrito fuera hacia él y se lo dijera, ese tipo de palabras nunca sobran.

    Indudablemente muy hermoso. Felicidades por tan buenos escritos. Saludos.

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  2. Palabras hermosas para quien nos inculcó desde pequeños todo lo dicho, lealtad, nobleza, devoción por tus gustos, admirar lo admirable llevarnos quizás, algún día ser tan sabios como el lo ha sido en su maravillosa vida. Creer en si mismo y no claudicar en lo emprendido.
    Admirar lo que pocos se detienen a observar, mirar al cielo de día y de noche, llorar al observar un cuadro (El Huaso bueras en el Bellas Artes), escuchar sus cuentos e historias con nuestras mentes de niños, eso, escuchar, escuchar.
    Y ahora en nuestro presente adulto, no se cansa de aconsejar, con tono de vos acogedor invitando a reflexionar, invitando a vivir nuestras propias culpas y errores para sacar lo positivo.
    Tú sabes hermano que te amo tanto como amo a mi Padre

    Gracias por tus palabras a nuestro “viejo sabio”

    Tu hermano Sergio (Teco)

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  3. "small spongy", propuesta de nombre para tu mascota

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  4. No me digas ¡¡, Napoleon ha muerto ?

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